¿Cómo acompañar a nuestros colaboradores a crecer en su desempeño?
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8 abril 2021La vida es un constante cambio. De no ser así, estaríamos aún en la Era de los Dinosaurios; es más, de no habernos adaptado a los cambios, de no haber evolucionado, hasta hubiéramos desaparecido, al igual que les pasó a estos gigantescos reptiles.
Pero, ¿por qué nos cuesta a las personas tanto cambiar?
El cambio es un proceso que supone la sustitución de un estado mental ya conocido para nuestro cerebro – que es el encargado de ejecutar nuestras acciones, como consecuencia de hábitos y comportamientos ya conocidos e integrados, lo que reduce el esfuerzo de la toma de decisiones -, por otro estado mental desconocido.
Esto supone que nuestro cerebro tendrá que integrar nuevas rutas de comportamiento que desconoce, lo cual provoca que, en un primer momento, estalle en nosotros la emoción más primaria, como es el miedo ante la incertidumbre de lo desconocido.
El miedo es el principal enemigo del cambio.
El miedo es el que hace que nos resistamos a acoger el cambio como oportunidad de mejora, crecimiento y evolución como personas y/o profesionales (pues recordad: antes que profesionales somos personas).
Las personas no quieren enfrentarse a los cambios por muchas razones pero, entre ellas, por el miedo a PERDER.
Sí, a perder el control de las situaciones, a perder el reconocimiento de otros. Miedo a no ser lo suficientemente bueno/a, miedo al rechazo, miedo a quedarte solo/a, miedo en general a lo desconocido.
Miedo, miedo, miedo.
Ante esto, ¿te has parado a pensar, alguna vez, que todas esas cosas que he enumerado son limitaciones internas, que lo único que hacen es fastidiarte tu día a día?
¿Te has dado cuenta de que los niños no tienen miedo? ¿Por qué? Porque no temen perder ese prestigio, ese control de las situaciones, ese pavor a hacer el ridículo, no tienen miedo a nada. Lo empiezan a adquirir conforme los adultos les inculcamos esas creencias y limitaciones que, al final, conducen a esos bloqueos que muchos adultos – más de los que piensas – tienen cuando se enfrentan a un cambio en su vida, bien sea a nivel laboral o personal.
Una de las cosas que hace que nos aferremos a lo conocido, a un hábito o costumbre ligada a nuestra piel – como el vello que pega a la epidermis, casi imposible de arrancar – es el beneficio que nos supone ese comportamiento o tipo de actitud en la vida.
Si, sí, hablo de BENEFICIOS en mayúscula. Hasta los comportamientos y hábitos más negativos tienen beneficios para ti, por ello no deseas cambiar, no deseas abandonar eso que haces, pues estás ganando.
¿Y cómo hacer para instaurar ese cambio? Pues muy sencillo: escribe en un papel lo que te reportan esos hábitos, comportamientos o actitudes. Por ejemplo, para la actitud de ir de «quejica» o víctima por la vida, anotarías como beneficios: llamar la atención de los demás, evadir la responsabilidad del cambio, comodidad y “escaqueo” para hacer lo que se te ha pedido, etc.
Si fumas, escribe qué beneficios (sí los tiene, analízalo) te reporta fumar.
Tras haber averiguado esos beneficios, sólo nos queda una sola cosa para que el cambio sea efectivo: cambiar ese comportamiento o hábito por otro que te reportará otros beneficios que pesen más que el anterior. Solo así lo conseguirás.
Así es como funciona nuestro cerebro.
Y, en definitiva, por todo lo que aquí te cuento te cuesta tanto “cambiar” e integrar la nueva situación, sea por cosas que te llegan sin haberlas decidido – en el ámbito laboral o personal («miedos a perder») – o bien por el deseo de acabar con hábitos y comportamientos que te perjudican.
Piénsalo, es así de simple.
Aquí abajo te dejo una infografía que te ayudará a visualizar mucho mejor los conceptos.
Te invito que los pongas en práctica. Te aseguro que dejarás atrás ese peso que es la resistencia al cambio, para evitar que acabe convirtiéndose en sufrimiento, para liberarte de él.
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